La vida cristiana, cuando es vivida sin recortes ni acomodaciones ilegítimas, es muy exigente. Supone poner por delante los valores de Dios a las propias opciones. Conlleva un grado de heroísmo que nadie puede mantener sin el auxilio del Espíritu Santo.

La efusión del Espíritu recibida en el bautismo nos hace hijos de Dios y nos permite vincularnos a Él. Pero esa fuerza del Espíritu Santo necesita ser confirmada, mediante una nueva efusión, para poder vivir en plenitud la fe, como un cristiano pleno. La madurez cristiana nos la otorga el Espíritu Santo, cuando con una nueva gracia nos hace capaces no sólo de ser miembros de la Iglesia, sino de ser testigos que trabajan y difunden el Reino de Dios. «Por esta donación del Espíritu Santo los fieles se configuran más perfectamente con Cristo y se fortalecen con su poder para dar testimonio de Cristo y edificar su Cuerpo en la fe y la caridad» (Ritual de la confirmación, nº 2). 

Se trata, pues, de un sacramento de madurez, orientado directamente a la misión. Es la misma efusión que recibieron los apóstoles el día de pentecostés, que les transformó de tal manera que vencieron sus miedos y comenzaron a dar un testimonio abierto y valiente de la fe recibida. Recibieron, además, no sólo el valor, sino también la sabiduría necesaria para poder persuadir a los demás, de modo que eran entendidos por todos, como si hablaran en sus propias lenguas; y, de rudos pescadores, se convirtieron en eficaces predicadores, con un dominio de la Palabra de Dios sorprendente. 

Este don complementario al del bautismo configura al creyente con Cristo, el Ungido, y le hace poseedor del mismo Espíritu que dirigía su vida y su misión. De modo que el creyente que ya recibió un vínculo peculiar con el Padre en el bautismo y con el Hijo en la recepción de la Comunión, adquiere ahora un vínculo singular con el Espíritu Santo.

A través de este sacramento, recibido por nuestros hermanos, nuestra parroquia se va renovando, pues el Espíritu suscita en su seno nuevos apóstoles y cristianos maduros. De modo, que nuestra comunidad va recibiendo fuerza nueva para poder cumplir nuestra misión de testigos y misioneros en nuestro pueblo de Los Molinos.

Las confirmaciones se celebran una vez al año en nuestra parroquia, al final de la Pascua o en torno a Pentecostés. Están presididas por nuestro Vicario Episcopal o por el Señor Obispo. Estos últimos años la han recibido los niños que se han preparado para ello durante dos años después de la comunión, y algunos adultos que, por diversos motivos, no la han recibido antes. Para estos adultos el proceso de preparación es distinto y personalizado, según su situación (Véase “Iniciación de adultos”).

Resumen: El Sacramento de La confirmación se recibe en nuestra parroquia al final del tiempo de pascua. Los niños, a partir de 12 años, después de dos años de preparación. Los adultos, después de un tiempo oportuno de catecumenado.