La Pascua de los cristianos tiene sus raíces en la celebración pascual del Antiguo Testamento. La Pascua es el nombre de la principal fiesta judía, que ha pasado a ser la principal fiesta cristiana. No se puede comprender ni explicar la grandeza de la Pascua cristiana sin evocar la Pascua judía, que Israel celebraba por primera vez hace más de tres mil doscientos años en la víspera de su partida de Egipto, por la orden que Dios dio a Moisés (Ex 12,1-51). Cuanto mejor conozcamos la celebración judía, tanto mejor comprenderemos lo que celebramos en la fiesta más importante de la Iglesia.

El pueblo de Israel fue liberado por medio de Moisés de la cautividad que sufría desde hacia siglos en Egipto. La Pascua se convierte desde entonces en la celebración de este acontecimiento salvador. Pascua quiere decir «paso». Fundamentalmente porque, en la última de las plagas, la que convencerá al faraón para que deje partir al Pueblo de Dios, el ángel del Señor «pasa» dando muerte a los primogénitos de Egipto y «pasa» de largo sin hacer daño a los israelitas (Ex 12,29-34). El pueblo perseguido, «pasa» el mar Rojo y se libra de sus perseguidores (Ex 14-16). «Pasa» también, durante cuarenta años, a través de la prueba del desierto (Dt 8,1-6). Finalmente, «pasa» el Jordán, y este paso le abre la entrada en la tierra prometida (Jos 3-4).

Para celebrar esta fiesta, los judíos inmolaban y comían un cordero, el cordero «pascual», en memoria de lo que habían hecho sus antepasados en el momento de su salida. En cada familia se inmola, por la tarde, un animal de un año, ovino o cabrío, y con su sangre se marca el dintel de la puerta. La víctima entera, sin quebrar los huesos, es asada al fuego, y luego se come con hierbas amargas y pan ázimo (Ex 12,1-20).

En la celebración de la Pascua judía el pueblo de Dios celebra su liberación primera. A esa fiesta se fueron incorporando las nuevas liberaciones que experimentó durante su historia y se convirtió también en la espera de la salvación definitiva.

Pascua cristiana y Pascua judía

J. H. Hurres, El paso del Mar Rojo

La Pasión del Señor y los sucesos que la prepararon inmediatamente se desarrollaron durante la semana en la que los judíos celebraban la Pascua, pues esta fiesta duraba siete días. Jesús llega a Betania «seis días antes de la Pascua». Al día siguiente entra en Jerusalén acompañado de un gentío considerable «que venia a la fiesta». El mismo evangelista Juan subraya que, cuando condujeron a Jesús ante Pilato, sus acusadores no entraron en el pretorio «para no contaminarse y poder comer la Pascua». Para Mateo, Marcos y Lucas, la última cena coincide con la cena pascual. Para san Juan, la muerte de Jesús sucede a la vez que el sacrificio de los corderos pascuales en el templo de Jerusalén. En la tarde de la resurrección, los peregrinos de Emaús salen de Jerusalén: la semana de la Pascua judía ha terminado. Hay por lo tanto, coincidencia entre la fiesta judía y los acontecimientos que fundan el cristianismo: la muerte y resurrección de Jesús.

La Pascua judía celebra una liberación milagrosa: Dios salvó a su pueblo, que estaba a punto de ser aniquilado. La primera Pascua creó un pueblo: el pueblo judío; salvó a los hebreos de la muerte y les abrió el camino de la tierra prometida. La Pascua cristiana cumple y da plenitud a la celebración pascual de los judíos. La Pascua de Cristo es también «paso», el paso de Jesús de este mundo al Padre a través de su pasión, muerte y resurrección. Esa Pascua de Jesús se convierte en la causa de la Pascua del cristiano, su «paso» de la vida vieja marcada por el pecado a la vida nueva marcada por el perdón, la santidad y el amor. Dios nos hace pasar ya aquí, en la tierra, a la nueva vida de la gracia y nos llevará de ésta a la vida eterna del cielo. Para el cristiano, esta Pascua se realiza en el bautismo, que la Iglesia celebra y renueva para todos en la noche de la Pascua.

En la nueva y definitiva Pascua, Cristo mismo es el cordero que se entrega por nosotros, «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», el que se convierte en nuestro alimento en la comunión. La sangre que nos muestra a Cristo como salvador es la sangre que comulgamos en la Eucaristía. En nuestra Pascua somos salvados, ya no de la esclavitud de Egipto, sino de la esclavitud del pecado y del miedo a una muerte sin esperanza. En ella también se crea un pueblo, la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios abierto a todos los hombres de todos los tiempos.Todas las salvaciones de Dios están presentes en esta Pascua, de ella brota generosamente la vida y el perdón. Nuestra Pascua es Cristo. Por él pasamos a la vida de Dios. Eso es lo que celebramos en el triduo pascual al recordar la última cena, la pasión, el sepulcro y la resurrección de Cristo.

Himno de la Pascua

Ofrezcan los cristianos

ofrendas de alabanza

a gloria de la Víctima

propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado

que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables

unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte en singular batalla,

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?»

«A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,

los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,

allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos

la gloria de la Pascua.

«Primicia de los muertos,

sabemos por tu gracia

que estás resucitado:

la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte

en tu victoria santa.

Amén. Aleluya.