De todas las buenas obras con las que el hombre puede dar gloria a Dios y ayudar a su prójimo, ninguna puede ni de lejos ser comparada con la celebración de la Eucaristía. En ella la Iglesia se une a su Esposo Cristo para tributar el sacrificio de alabanza al Padre y para interceder por el mundo entero.
La Eucaristía es la actualización, mediante la liturgia, del único sacrificio de Cristo, que se realizó en la Cruz, en el Calvario. En ella el pueblo de Dios intercede por la humanidad entera y presta su voz a todas las criaturas para que alaben a su Señor. Todos los cristianos ejercen así su sacerdocio, siendo puentes entre el Creador y su creación.
Por eso, con razón, el Concilio definió la Eucaristía como fuente y culmen de toda la Iglesia. En la Sagrada Cena la Iglesia se congrega, se construye, se incrementa y realiza la misión que Cristo la encomendó: “Haced esto en conmemoración mía”. En ella, la Iglesia es permanentemente renovada, al recibir la fuerza divina de su Señor resucitado.
Por ello, la Eucaristía es esencial para la vida cristiana como nos enseñó el Señor: “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,53) Nadie puede atribuirse el ser verdadero cristiano si no participa de la celebración de los hijos de Dios: tendrá una ideología cristiana, una formación cristiana, unos valores cristianos, pero no vive como lo que dice ser.
La asistencia a la misa no es ni mucho menos el único criterio para determinar la vida cristiana de una persona, pero sí es el fundamental, porque está a la base (como fundamento) de todos los demás. Sin la participación asidua de la Eucaristía todo lo demás resulta a la larga estéril, porque el hombre no tiene la fuerza para amar como Cristo le exige si no se alimenta de la Fuerza que viene de lo alto.
Dado que es el lugar privilegiado donde Dios y el hombre se reúnen es lógico que la Eucaristía tenga un lenguaje y una simbología que no son los habituales en las relaciones con las demás criaturas. El ámbito religioso en el que se celebra exige un canto, una estética, una actitud que sean verdaderamente religiosos, es decir alejados de lo profano y rutinario. Necesita, pues, una progresiva iniciación en los misterios que se celebran, y en los símbolos y lenguajes que nos introducen en el misterio.
Quizá, por eso, cueste tanto a muchas personas la asistencia a misa, y se valoren más los elementos más inmediatamente comprensibles (por ejemplo, la homilía), porque en un mundo que exige una eficacia inmediata y una percepción cómoda y simple de lo superficial, el lenguaje de la liturgia tiende a percibirse como repetitivo y pesado. No caemos en la cuenta de que ese lenguaje es el único que nos permite irnos empapando de un misterio que nos desborda por todos lados, y nos abre a la percepción de las realidades más profundas y verdaderas.
Por eso, la liturgia eucarística ha de ser cuidada con el mayor decoro dentro de nuestras posibilidades. Los ministros sagrados, los acólitos y monaguillos, los coros, los lectores, el pueblo fiel… han de procurar que la celebración eucarística se celebre con verdadera actitud religiosa y recogimiento, para que todo el pueblo cristiano puede crecer en la verdadera sensibilidad espiritual, que permite gozar y crecer en la comunión con Dios.
Nuestra parroquia quiere hacer una decidida apuesta por la liturgia. No por una creatividad desaforada, que busca la novedad para tapar el aburrimiento que nos produce el rito; sino por una celebración religiosa donde los ritos prescritos, realizados con unción, nos lleven a penetrar en el corazón mismo de Dios.
Teniendo en cuenta lo anterior, reviste especial complejidad el facilitar a los niños la incorporación a la Misa sin que ello conlleve una trivialización del misterio que se celebra, o del carácter espiritual de la Eucaristía. Es un verdadero reto en el que se juega que ellos puedan reconocer el carácter sagrado de la Eucaristía, sintiéndose atraídos por la misma. Nuestra apuesta por la Misa de Niños de los domingos es un intento por incorporarlos progresivamente a la liturgia de la Iglesia, donde puedan zambullirse para poder encontrar, también ellos, la fuente profunda de la vida divina.
La consideración profunda del misterio sagrado que celebramos nos permite entender por qué la Iglesia nos exige prepararnos previamente, incluso recibiendo el sacramento de la confesión si fuese necesario, para recibir el don más sublime que el hombre puede acoger. Sigue, pues, siendo de plena actualidad la necesidad de recordar, y respetar, el precepto de la Iglesia por el cuál nadie debe acercarse a recibir el Pan del Cielo si está en pecado grave. Y mucho menos cuando ese pecado es público y puede provocar escándalo ante los demás: recordemos que somos una familia, y todos somos responsables de los demás.
Resumen: La celebración de la Eucaristía es la actividad central de nuestra parroquia. Hay varias misas todos los días en nuestro pueblo, celebradas en distintas capillas y templos (Ver horarios de misa).