La Iglesia, como madre que es, acompaña a sus hijos hasta la entrega de su vida a Dios con la oración y los sacramentos; pero no los abandona una vez que ya han cruzado el umbral de esta vida. Al contrario, la comunidad cristiana se reúne para orar por ese hermano nuestro que ha pasado ya a las manos del Padre, consciente de la eficacia intercesora que tiene la oración de la Iglesia. Por ello, las exequias cristianas son la mejor expresión de esta comunión de amor irrompible que se mantiene entre el hermano fallecido y el resto de la Iglesia.

Por otro lado, para su familia y amigos, la muerte de un ser querido supone siempre una pérdida dolorosa y, a menudo, un desconcierto personal. La Iglesia también quiere acompañar y consolar con su oración a esos otros hijos suyos que pasan por el doloroso trance de perder a alguien cercano. Pero no se contenta sólo con acompañar y consolar, sino que sobre todo quiere iluminar la realidad de la muerte para que no nos “aflijamos como los hombres sin esperanza”. De hecho, la muerte de un ser querido es una ocasión providencial para renovar nuestra fe y nuestra confianza en la misericordia de Dios y en su providencia hacia nosotros.

Las exequias cristianas han de ser celebradas desde la fe, han de suscitarla y fortalecerla. Para ello, han de ser verdaderas celebraciones religiosas en las que se prime siempre la esperanza cristiana sobre los demás elementos.

Para dar unidad a las celebraciones de las exequias y tener una actuación común para todas las familias, las celebraciones por los difuntos en nuestra parroquia admiten los siguientes elementos, a elección de los familiares:

  • -Previo al entierro puede haber en la Iglesia una celebración exequial de cuerpo presente, que puede consistir en una Celebración de la Palabra o en una Misa. Posteriormente se reza un responso antes de despedir el cuerpo camino del cementerio.
  • -Para las familias que lo deseen, se celebra días después una misa de Funeral, en la que se procura de la forma más solemne posible, expresar nuestra oración e intercesión por el difunto, y el apoyo de la Iglesia a la familia.
  • -Para las familias que lo soliciten, se celebra en torno al primer aniversario del fallecimiento una Misa Especial por el difunto, en la que, respetando las oraciones y las lecturas litúrgicas del día, se hace especial recuerdo y oración por el fallecido.
  • -Naturalmente, pueden ser ofrecidas cuantas misas se deseen en sufragio por el alma del difunto, siempre que lo permita la liturgia y no esté previamente encargada esa misa para otra intención.

Dado que son celebraciones a las que asisten familiares y amigos que quizá no sean cristianos, o practicantes habituales, son momentos en que es importante que la Iglesia muestre su rostro maternal y espiritual, por eso es tan importante cuidar especialmente bien la liturgia y evitar todo lo que desdiga de la sacralidad del momento. Por ello, es especialmente importante, junto a la cercanía personal del ministro y los fieles, evitar saludos indiscretos o comportamientos que desdigan del lugar sagrado en el que se celebra.

En ese mismo sentido, nuestra parroquia tiene la norma de que en ninguna de estas celebraciones se lean escritos, poesías o recordatorios familiares, ya que no tienen fácil encaje en la liturgia; y suelen ser más un recuerdo de la vida pasada del fallecido que un ponerlo en las manos de Dios, iluminando el futuro de quien nos ha dejado, que es el sentido específico de las exequias cristianas. Los familiares pueden participar en estas celebraciones preparando de antemano y leyendo las lecturas, salmos o peticiones que proponen los libros litúrgicos.

Resumen: A la muerte de un miembro de nuestra parroquia se podrá celebrar sus exequias antes del entierro, consistiendo éstas en una misa o en una celebración de la Palabra, a elección de la familia. Días después se podrá celebrar un funeral de novenario por el difunto. También se podrá celebrar una misa especial al cabo de año, así como ofrecer las misas que los familiares consideren oportunas por su eterno descanso.