La vida cristiana no puede ser vivida sin la ayuda de la gracia divina. El Señor mismo nos dice que “para los hombres es imposible, pero que Dios lo puede todo”. Ese auxilio de la gracia, que no es otra cosa que la misma vida de la Trinidad, se nos otorga a través de los sacramentos.
Estos son signos visibles de la gracia invisible de Dios que Cristo nos ha conquistado. Signos por tanto eficaces que realizan en nosotros lo que significan.
Dentro de los sacramentos podemos distinguir tres categorías. En primer lugar, están los sacramentos que nos incorporan al amor de la Trinidad, los llamados sacramentos de iniciación: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. En segundo lugar, los sacramentos que nos restauran en esa vida divina, los llamados sacramentos de curación: confesión y unción de los enfermos. La tercera categoría la constituyen los sacramentos que nos permiten configurar el mundo conforme a la vida divina, los llamados sacramentos de misión: matrimonio y orden sacerdotal.
En nuestra parroquia la distribución de los sacramentos es una de las ocupaciones centrales. Estamos convencidos de que la recepción de los sacramentos es el auxilio imprescindible para poder desarrollar todas las demás actividades parroquiales, de manera que sean fecundas para la evangelización y para la alabanza a Dios en nuestra vida.