La enfermedad es una realidad por la que todos hemos de pasar y que supone un serio reto para un cristiano. La enfermedad manifiesta la debilidad de nuestra condición humana y, por ir acompañada a menudo de sufrimiento, incomodidades y humillaciones puede conducirnos a la angustia y a la tristeza.
Nuestra madre la Iglesia, consciente de la situación de prueba y de tentación a la que se ven sometidos los enfermos, no sólo ora e intercede por ellos, sino que les ofrece la gracia divina que les permita afrontar esa situación con esperanza y serenidad: el sacramento de la Unción de los Enfermos.
Este sacramento no infrecuentemente es evitado por los enfermos y sus familias porque se sigue viendo como la certificación segura de una muerte cercana. Así era administrado antes, y por eso se le denominaba la “Extrema” Unción. Sin embargo, La Iglesia ha vuelto a recuperar el verdadero sentido del sacramento, no como una oración para moribundos, sino como una gracia para los enfermos: «El ritual se sitúa, pues, no tanto en un contexto de muerte cuanto en una perspectiva de vida» (Ritual de la Unción de Enfermos, 44).
Cuando se recibe con fe, el sacramento de la Unción de los Enfermos renueva las fuerzas espirituales del enfermo, fortalece incluso físicamente al enfermo, acrecienta su esperanza y le da la verdadera perspectiva que le permite luchar contra las tentaciones inherentes a la enfermedad o a la ancianidad. Lo explica muy precisamente el Ritual de la Unción de Enfermos:
«Este sacramento otorga al enfermo la gracia del Espíritu Santo, con lo cual el hombre entero es ayudado en su salud, confortado por la confianza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo y de la angustia de la muerte, de tal modo que pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos e, incluso, conseguir la salud si conviene para su salvación espiritual; asimismo, le concede, si es necesario, el perdón de los pecados y la plenitud de la Penitencia cristiana». (nº 6)
Este sacramento, al identificarle con Cristo crucificado, permite al enfermo unirse con sus sufrimientos a la redención de Cristo, ofreciendo al Padre un sacrificio de alabanza -el más valioso: el de la propia vida-, a la Iglesia un poderoso tesoro de intercesión, y a él mismo un eficaz medio de purificación y reparación por sus pecados personales. De manera que, a través de este don, el enfermo puede sacar un gran bien de un mal (que es lo típico de la gracia), y se hace fuerte precisamente donde se es más débil, en la enfermedad.
Ningún cristiano debería afrontar un período prolongado de enfermedad seria sin el auxilio de este sacramento, y tanto el enfermo como sus familiares deberían solicitar al párroco o al capellán del hospital la recepción de este sacramento con paz y confianza en el Señor: se recibe una gracia, no un desahucio.
La solicitud del sacramento se puede hacer en cualquier momento, del día o de la noche. Pero si se hace, no como un recurso espiritual último, sino dentro de un seguimiento espiritual habitual, lo normal es que se pueda dar y recibir con más sosiego. Recuérdese, por otro lado, que es una gracia que se puede reiterar siempre que la situación del enfermo lo requiera.
Aparte de la recepción del sacramento individual cuando sea preciso, también en la parroquia se tendrá una celebración comunitaria de la Unción de los Enfermos durante el período de pascua para todas las personas que por enfermedad o ancianidad deban recibirlo.
Resumen: La Unción de los Enfermos se distribuye cuando hay una enfermedad seria o prolongada. Para recibirla hay que avisar al párroco o al capellán del hospital. En la parroquia habrá una celebración comunitaria durante el tiempo de pascua.