Evangelio (Mc 12,8b-34)
Amarás al Señor, tu Dios. Amarás a tu prójimo
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
–«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
–«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
–«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
–«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario
A veces es necesario tomar distancia y centrarse en lo esencial. Eso es lo que pretende hacer el escriba del evangelio. Tomar distancia de las opiniones de las diversas escuelas y buscar lo que subyace a toda la normativa religiosa de Israel. Él pregunta por el mandamiento primero, por el que da sentido a todos los demás. Este ejercicio de centrarse en lo esencial es muy importante también para el cristiano, porque muchas cosas son necesarias, pero sólo una es fundamental. A veces nos liamos con prácticas y exigencias y olvidamos lo central. A veces hasta lo hacemos aposta para poder olvidarnos de lo esencial. ¿Busco agradar a Dios en lo más importante o eludo dar lo que me pide a cambio de cumplir otras cosas buenas?
El Señor no vacila, lo esencial es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Es decir, que todo se concentra en la entrega total por amor de todo el corazón, de toda el alma, de toda la mente y de todo el ser. La reiteración de la palabra “todo” muestra hasta qué punto Dios espera una entrega sin recovecos, ni recortes. Amar de manera tan absoluta a Dios, donde no cabe el amor a uno mismo, es infinitamente más exigente que cualquier otro mandato. Más aún, muchas veces la pormenorización de esa exigencia en exigencias concretas puede tener como motivación o como fruto el aligerar una exigencia tan absoluta. ¿Amo a Dios con todo mi corazón, o cumplo sus mandamientos? ¿Soy completamente de él o le entrego mi tiempo o mi dedicación, eludiendo lo esencial?
Pero Jesús añade un segundo mandamiento al primero, y lo hace como una consecuencia inseparable del primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La total entrega a Dios está unida, en el pensamiento del Señor al amor a los demás hasta identificarlos con uno mismo. Por eso, afirmará Santiago que “nadie puede amar a Dios a quien no ve si no ama a su hermano al que ve”. ¿Realmente amo a los demás como a mí mismo? ¿Los amo por Dios y en Dios, o su amor me separa de Dios o me limita en mi entrega a Dios?
El escriba es un hombre sensato, que pregunta sinceramente, y que reconoce que las palabras de Jesús son veraces porque el amor a Dios y al prójimo “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Comprende que ha recibido la clave para comprender toda la Escritura. Pero ha podido acoger la enseñanza de Jesús porque tiene una predisposición hacia la verdad: “No estás lejos del reino de Dios”. ¿Yo busco de verdad para encontrar, o busco para simular que quiero lo que en realidad eludo?