Evangelio (Jn 15,1-8)

El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Comentario

Dios quiere que demos fruto. Para eso hemos nacido para dar frutos de amor que permanezcan por toda la eternidad. Esos frutos no son obras, ni conquistas, en el sentido humano; sino expresiones sobrenaturales de nuestra condición de hijos de Dios y de nuestra relación filial con Él. Todas las victorias y objetivos humanos no son sino metas humanas que han de desaparecer, porque no tienen el sello de lo permanente. Los frutos que Dios espera de nosotros son distintos porque son el resultado de la colaboración de la gracia y de nuestra libre docilidad. Son permanentes y sólidos. Dios trabaja para que produzcamos esos frutos que serán nuestro tesoro para la eternidad y nuestra gloria en el cielo. ¿Yo lucho por dar esos frutos, o el horizonte de mi vida está colmado por preocupaciones y esfuerzos humanos, aunque sean buenos y loables?

Para que produzcamos esos frutos y nos enriquezcamos interiormente Dios está dispuesto a hacer lo que haga falta, incluso “podarnos”. Dios no nos ahorrará esfuerzo o sufrimiento (los mártires son testigos de ello) si eso puede acrecentar nuestra riqueza humana y nuestra gloria sobrenatural. ¿Soy yo consciente de que todo sufrimiento o dificultad es una ocasión que tengo para acrecentar los frutos espirituales que Dios espera de mí? ¿Soy capaz de no evitarles a mis seres queridos sufrimientos que les ayudan a crecer y a ser ricos ante Dios, o me he dejado contagiar por una visión demasiado mundana y acomodada de la felicidad?

Los frutos espirituales que Dios espera de nosotros no son el resultado de un esfuerzo ascético titánico, sino la consecuencia espontánea de nuestra vinculación con la vid. No dependen de la capacidad humana, ni de la inteligencia o de la preparación, sino de nuestra unión a Cristo por el Espíritu. El Señor es muy claro: “El sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid”. Por el contrario, “el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante”. ¿Trabajo por estar unido a Cristo o me preocupo de dar fruto por mí mismo? ¿Creo de verdad que sin Él no puedo hacer nada que sea sólido?

Permanecer es establecerse en algo de forma continua. No es vincularme ocasionalmente, o relacionarme esporádicamente. Es estar en Cristo, nuestra Roca. Eso es lo que Dios quiere para nosotros. Para eso, nos ha dado medios divinos eficaces: la Iglesia, la eucaristía (que es la savia que nos permite crecer a lo divino), la Palabra Divina, los sacramentos,… ¿Aprovecho esos medios?