Pocos lugares de Tierra Santa acercan al visitante con tanta inmediatez al Nuevo Testamento como el lago de Genesaret, lago Tiberiades o mar de Galilea, como también se le conoce.
En otros sitios, después de dos mil años de historia, la topografía se ha transformado radicalmente: se han edificado iglesias, santuarios y basílicas; algunas se han destruido, reconstruido de nuevo, ampliado o restaurado; muchas aldeas y pueblos se han convertido en populosas ciudades, mientras otras han desaparecido; se han trazado calzadas, carreteras, autopistas… En cambio, en el lago, aunque sus alrededores no son ajenos a estas variaciones, el paisaje se mantiene casi inalterado; su contemplación, que recrea la vista y relaja el espíritu, llena el alma de una sensación intraducible: el recuerdo de Jesús y el eco de sus palabras, que aún parecen resonar en estos parajes, hacen trascender el tiempo presente.
Pero en el pasado quizá no se respiraba tanta calma en la zona. Cuando Jesús recorrió estas tierras, no menos de diez poblaciones crecían bulliciosas entorno al lago Existía un próspero comercio de orilla a orilla, sostenido por innumerables embarcaciones que faenaban incansables tripuladas por rudos pescadores. Ninguna de esas ciudades rivereñas ha llegado hasta nosotros. De las poblaciones que Jesús conoció, podemos hacernos una idea únicamente a través de sus ruinas.
Recursos económicos.
Así la riqueza de la comarca se debía en primer lugar a los recursos de la pesca en el lago, que tiene veintiún kilómetros de largo de norte a sur, una anchura máxima de doce kilómetros, y una profundidad media de cuarenta y cinco metros. Su caudal procede principalmente del río Jordán y de algunos manantiales que nacen en sus orillas o bajo la superficie del agua. El pescado más abundante es el tilapie, también conocido como pez de san Pedro.
Y la agricultura constituía el otro medio principal de subsistencia. Por encontrarse a 210 metros bajo el nivel del mar Mediterráneo, la región goza de un clima templado en invierno y primavera, mientras sufre un calor agobiante muchos días de verano. Estas condiciones favorecen una vegetación de tipo subtropical.
Testimonios históricos.
El historiador Flavio Josefo fue testigo de la fertilidad que se daba allí en el siglo primero: «Esta tierra no rechaza ninguna planta, y los agricultores cultivan en ella de todo, pues la temperatura suave del aire es apropiada para diversas especies. Los nogales, que son, más bien, árboles de climas fríos, florecen aquí en abundancia. Y junto a ellos también germinan las palmeras, que crecen en zonas calurosas, y las higueras y los olivos, que requieren un aire más templado.
Podríamos hablar de un orgullo de la naturaleza, que se ha esforzado por unir en un solo lugar especies tan contrarias, y de una hermosa competencia de las estaciones, donde cada una de ellas parece aspirar a imponerse en esta tierra. Pues esta región no solo produce los frutos más diversos, en contra de lo que se esperaría, sino que también los conserva. Durante diez meses sin interrupción suministra los considerados reyes de todos los frutos, es decir, las uvas y los higos, mientras que el resto de los productos maduran a lo largo de todo el año. Además de la buena temperatura del aire, la zona está regada por una fuente muy caudalosa, que la gente de allí llama Cafarnaún. Algunos creían que esta era una rama del Nilo, pues en ella se cría un pez parecido al corvino del lago de Alejandría» (Flavio Josefo, La guerra de los judíos, III, 516-520..)
Presencia de Jesús.
Las huellas más importantes del paso del Señor por estas tierras se conservan en la parte noroeste del mar de Genesaret, alrededor de Cafarnaún
Al principio de su vida pública, recorría Jesús toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria; y le traían a todos los que se sentían mal, aquejados de diversas enfermedades y dolores, a los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curaba. Y le seguían grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán . Mt 4, 23-25..
El Señor había dejado Nazaret y vivía en Cafarnaún . Cfr. Mt 4, 13., en la parte noroeste del mar de Genesaret, donde algunos de los Doce o sus parientes disponían de casas. Las multitudes de que habla el Evangelio se acercaban hasta aquella pequeña ciudad de pescadores para encontrar a Jesús, pero también iban en su busca a otros sitios de los alrededores. Cfr. Mt 5, 1 y 14, 14; Mc 6, 32-34; Lc 6, 17-19; Jn 6, 2-5..
Entre estos últimos lugares, destaca Tabgha.